lunes, 7 de octubre de 2013

La Historia de Juan y los ataúdes de FEMA.



El pasado 3 de octubre un amigo mío, Rolando, se topó con un correo electrónico clasificado como secreto que explica los ataúdes de F.E.M.A.  Luego de leerlo, mi reacción fue: hay que compartir esta mierda.
               
  Los ataúdes son parte de una primera fase de un proyecto de reducción poblacional, son un asunto mediático dentro de un gran plan maquiavélico. Quieren que en el gobierno federal, en el momento de la tragedia, luzca previsor y patriarcal. Pero todo es parte de un proyecto capitaneado por un grupo altamente conservador y xenofóbico dentro del gobierno federal.  Están,  según ellos,  desesperados y actuando por el bien de la gran nación americana.  El proyecto Real State es nuentro fin.  Han estado esparciendo un virus durante meses en el sistema de agua potable de Puerto Rico,  el virus se esconde, en su mayoría, en el hígado o en el vaso de las víctimas.  Se mantiene navengando silenciosamente por la corriente sanguínea. Se cree que el noventa por ciento de la población ya es portadora del virus KAI h1n6. Nuestro cuerpo no lo detecta y no presenta síntomas.  El KAI, como se le hace referencia en la carta,  se mantendrá inactivo hasta que aviones del ejército de los Estados Unidos esparzan el catalítico F4 en el aire. La carta no da detalles del catalítico F4 ni habla de una fecha exacta pero recalca varias veces que noviembre es el mes esperado.  Luego de ser catalizado,  el virus se volverá altamente contagioso y mortal.  Se espera una epidemia instantánea que cobre al menos diez mil vidas en los primeros cuatro días.  Según el revelador email,  la expectativa es que la isla entera sea declarada en cuarentena en menos de dos semanas; de forma que nadie ni nada pueda salir o entrar a las aguas puertorriqueñas.  En cuarenta días se espera que Puerto Rico sea una isla llena de muertos. El gobierno federal tomará posesión de la isla,  las empresas ausentistas cobrarán sus seguros y en cinco años se pondrá en venta los terrenos del extinto pueblo caribeño de Puerto Rico. Esa es la verdad sobre los ataúdes de F.E.M.A.
                
El que me hizo llegar la información que hoy parafraseo ya desapareció y nadie sabe quién se lo llevó.  Yo sé que fueron ellos, no necesito más pruebas. No soy iluso.  Por eso estoy haciendo pública esta información, porque quiero que sepan las circunstancias en las que desaparecí.  Por conocer la verdad moriré antes que ustedes.

Compartan la verdad, sean libres.

Juan Pablo Lara

viernes, 13 de septiembre de 2013

No me van a creer.

La panadería cierra sus puertas a las 9:00 pm todos los días. Pero el pasado 3 de octubre fue diferente, salimos más tarde de lo habitual.  El gerente me ordenó dejar una nota en la puerta del gran horno.  Quería que le dijera a los compañeros del próximo turno que el horno no funcionaba.   Yo sabía que no me iban a creer.  Por eso traté de explicar la situación de una forma clara sin dejar de ser breve.
A las 7:42 pm un automóvil poco común se estacionó frente a las puertas de la panadería. Menos común era el chofer, tenía una barba larga y tres grandes ojos que lo hacían lucir sin frente.  Como a mi nada me sorprende, mantuve mis manos en la masa y me limité a saludar con la cabeza.  Acto seguido vi el celaje de la cajera que gritaba una sola palabra: ¡Extraterrestres! La cajera está viva pero no volvió a trabajar con nosotros. La cosa es que aquella última palabra que pronunció en la panadería  afloró un antiguo prejuicio en mi cabeza. Odio los extraterrestres desde que aprendí a odiar. La semilla xenofóbica fue plantada en mi niñez. Antes de saber limpiarme el culo, gracias a mi padre y a mis dos ojos, grabé en mi mente un cojón de películas de extraterrestres. La mayoría de las tramas se parecían: objetos no identificados tratan de colonizar la Tierra, otra vez. Mostros verdes, cucarachas gigantes o enanitos hijueputas destruían ciudades y mataban a sus habitantes para controlar el precio del petróleo en el universo. Los extraterrestres, para mí, significan peligro inminente, la muerte al asecho.

Inevitablemente entré en un estado de alerta; que se jodan las cacofonías, estaba caga’o. Más que defenderme quería sobrevivir.  No sabía cómo vencer a un extraterrestre. Soy de Bayamón pero no soy tan problemático, no tengo armas de fuego. Tengo una cuchilla pero se me quedó en casa. Mis manos solo sostenían algunas onzas de masa de pan. Para empeorar, antes que yo pudiera divisar  la ayuda de algún objeto punzante, el visitante barbudo entró hasta mi área de trabajo. El cabrón se detuvo frente a mi cagado cuerpo y me gritó. Por mi vasto conocimiento en filmes asumí que ese grito era su forma de declararme la guerra. El estruendo fue tan fuerte que mis rodillas no paraban de temblar.  Pero antes de ver la película de mi vida pasar, mis observadores ojos descubrieron algo. Al igual que yo, el enano gritón no tenía armas en sus manos y mirándolo bien, noté que era más pequeño que yo. Sin pensarlo mucho froté mis manos hasta hacer una bolita de masa de pan. Los tres ojos no dejaban de mirarme. Agarré la bolita con la mano derecha y la lancé al aire. Los tres ojos la siguieron hipnotizados y no los culpo, la bolita parecía flotar en la nada.  Mientras él miraba la bolita yo aproveché y salí corriendo desapercibido por la izquierda. Les confieso que ese acto de maña, jugar con la mente de un ser de otro mundo, me llenó de coraje y confianza. Por eso no salí de la panadería, ni siquiera salí de mi área de trabajo, me limité a pararme detrás de él. Ahora era yo quien lo acorralaba contra el gran horno. Aunque no me crean, cuando me detuve,  la panadería se iluminó. Una epifanía. Sobre los extractores de humo apareció la imagen de un hombre con barba, se parecía a Chuck Norris y me saludaba con la cabeza. No tuvo que decirme nada, ya yo sabía lo que tenía que hacer. Concentré mi energía en la cintura y le di una patada voladora al extraterrestre que acababa de voltearse hacia mí. El pequeño barbudo cayó contra las puertas del horno.  No quiero escucharme altanero pero fue como golpear cualquier cara, una explosión de adrenalina igual que otra. Tampoco me haré el macho, al final terminé asusta’o.  Lo que me cagó fue que, cuando el visitante chocó contra el horno, la luz se apagó. Cuando regresó la iluminación el extraterrestre se había ido con su automóvil volador.  El gerente llegó y me mandó a dejar una nota pegada en el horno mientras el buscaba a la cajera que, además de irse, se había descuadrado. Por eso el 3 de octubre salimos a las 10:00 pm. y, aunque los del próximo turno no me crean, por eso el horno no sirve.